Berlín – La excanciller almana Angela Merkel asumió la pérdida completa de su reputación en países como Grecia, Portugal, España e Italia por su política basada en rescates a economías y bancos europeos a cambio de una estricta austeridad y duras reformas.
«Siempre quedará la duda de si no debería haber cedido simplemente y haber renunciado a todas las exigencias para que se adoptaran duras medidas de austeridad y se introdujeran reformas económicas en Grecia, Portugal, España e Italia. Mi reputación en estos países quedó completamente arruinada», escribe Merkel en su autobiografía que se publica este martes bajo el título «Libertad».
En el libro de la excanciller, publicado en España por la editorial RBA, la crisis del euro ocupa un capítulo en el que la que fue jefa del Gobierno alemán repasa los momentos clave de aquellos momentos de dudas existenciales, en general, sobre el euro y, en particular, relativas a la continuidad de Grecia en la eurozona.
El fallecido hace un año Wolfgang Schäuble, quien fue ministro de Finanzas de Merkel entre 2009 y 2017, le propuso a la entonces canciller en el verano de 2015, tras una infructuosa cumbre, que «la mejor solución para todos sería que Grecia abandonara temporalmente la eurozona», algo que rechazó la jefa de Gobierno.
«Continué trabajando a favor de que Grecia siguiera siendo miembro de la eurozona» porque «el euro era algo más que una moneda, simbolizaba la irreversibilidad del proceso de unificación europea, y Grecia formaba parte de todo ello», escribió Merkel, quien reveló haber pensado mucho en la continuidad helena en la eurozona, algo muy debatido en Alemania en aquella época, desde el verano de 2012.
«No pudieron convencerme, y desde entonces mi actitud era clara, Grecia debía seguir formando parte de la eurozona», subrayó Merkel porque «expulsar a un país de la unión monetaria podría tener consecuencias imprevisibles, y una vez que un país la hubiera abandonado, la presión sobre el siguiente (Estado) aumentaría».
La relación con Tsipras y con la austeridad
La excanciller recuerda en sus memorias cómo en momentos decisivos del verano de 2015, poco antes de que se decidiera el tercer rescate a Grecia, su relación con el primer ministro griego, el izquierdista Alexis Tsipras, fue buena.
Ambos, según Merkel, firmaron una «obra de arte de la comunicación» cuando en junio de ese año protagonizaron una rueda de prensa en la que, «con un tono amable y cercano», y pese a «grandes diferencias», hablaron con «voluntad de encontrar una solución».
Aquello no evitó que Tsipras hiciera campaña por el ‘no’ en el referéndum sobre el tercer programa de rescate y en el que se impuso la negativa de los griegos.
La conversación por teléfono en la que Tsipras llamó a Merkel y al entonces presidente francés, François Hollande, para informarles de que convocaría el referéndum «fue quizás el momento más sorprendente de todas las llamadas» que ha tenido la excanciller en su carrera.
Especialmente Grecia, pero también Irlanda, Portugal y en menor medida España e Italia, fueron países que se beneficiaron de las herramientas anticrisis de las que se dotó la Unión Europea en los ocho años que duró, entre 2008 y 2016, la crisis del euro.
Merkel, sin embargo, se mantuvo firme a la hora de plantear las condiciones de acceso al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) que salvó la pertenencia de Grecia en el euro o el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), del que se beneficiaron Irlanda y Portugal y, en 2012, España para «financiar sus bancos».
La excanciller también recordó en sus memorias cómo, para tratar de suavizar las condiciones para tener acceso al fondo de rescate, el entonces primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, la llamó en una ocasión en plena medianoche, pero la líder se «mantuvo firme».
«Si hubiera renunciado a exigir mejorar la disciplina presupuestaria y la competitividad de los países necesitados de un rescate, aparte de que nunca habría obtenido la aprobación de mi propio partido y de la coalición, no hubiera procedido de acuerdo con mis convicciones», según Merkel.
«La alternativa eran garantías sin condiciones, que gradualmente habrían conducido a que todos tuviéramos que hacernos responsables de la deuda de la eurozona», y eso habría terminado por «socavar la confianza en la moneda única», escribe la excanciller. (26 de noviembre)
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